sábado

Aurora

Aurora Pimentel es muy visceral y lo dice todo a cañonazos. El día que tuvo la mínima sospecha de que su novio podría estar pensando en engañarla, no esperó a tener ninguna certeza para ponerle las cosas claras. No era de esa clase de de mujeres que actúan por reacción ni tampoco era de las que meditan demasiado las cosas antes de actuar, muy al contrario, tanto en su vida privada como profesional, era famosa por disparar primero y preguntar después, práctica arriesgada que en su caso venía avalada por la circunstancia de que rara vez se equivocaba al disparar. Es por esto que Aurora era una persona segura de sí misma, fuerte e implacable, que no sólo no se dejaba avasallar por nadie, sino que cortaba de raíz cualquier intento de socavar su bien ganada autoridad.

Cuando se dio cuenta de que su nuevo novio daba y recibía demasiadas atenciones por parte de mujeres y hombres de su entorno, vio que era el momento pararle los pies y de qué manera. Aurora sabía poner los puntos sobre las íes de forma que nadie pudiera pensar que sus amenazas eran simples bravuconadas. No, lo que hacía que Aurora Pimentel fuera una mujer temible no era su intencionada falta de tacto, sino la capacidad de hacer ver que sus imprecaciones no eran simples palabras sino auténticas profecías.

Y sin embargo aquel día, Aurora Pimentel iba a experimentar por una vez esa absurda sensación de desconcierto que a uno se le quedaría si un día el sol saliera por el oeste. Y es que él no se inmutó, no trató de defenderse como hacía la mayoría, no se quejó de su desconfianza, no lo negó todo de manera airada, ni siquiera lo reconoció entre disculpas como habían hecho algunos. No perdió ni la serenidad ni la postura ante los gritos de Aurora. Simplemente dio un sorbo a su copa y sin cambiar el semblante comentó: “no te preocupes, el día en que me acueste con otra persona, te lo haré saber”.

Y lo que más desconcertó a Aurora no fue su tranquilidad al decirlo, sino la certeza que dejó su voz de que efectivamente se acostaría con otras personas y, sin lugar a dudas, se lo contaría a ella, y no como una confesión, sino como otro comentario más mientras daba otro sorbo a su copa. Y Aurora no podría poner el grito en el cielo, ni descargar su furia contra él porque, al fin y al cabo, no sería un engaño.

Aquella conversación no fue sólo una declaración de intenciones, sino que dejó claro quién de los dos tenía en su poder al otro. Y es que Aurora, tan independiente, tan enérgica y resolutiva, se daba cuenta de que la única salida coherente a la situación era terminar por completo y drásticamente la relación ante tamaño descaro... Pero no fue capaz. Sabía las palabras, el tono, los gestos necesarios para deshacerse de alguien, pero, para su sorpresa, le faltaba la voluntad, y por una vez su orgullo fue mucho menor que el miedo a perderle porque sabía que él no se molestaría en recuperarla. La dejaría ir, sonriendo educadamente.

Aurora se vio acorralada ante la evidencia de que la tenía en sus manos sin siquiera darle importancia. Respiró hondo, pronunció un escueto y tímido “de acuerdo” y abandonó la habitación intentando mantener la poca dignidad que le quedaba.

Datos personales