domingo

Luces

Las luces son escandalosas. Atraen al público. La intermitencia de los colores rojo y amarillo de las ambulancias y el azul de la policía congrega a los curiosos como si fuera el anuncio de un inminente espectáculo. Frente al portal, hasta ahora anónimo, todos comienzan a especular: Tras cuál de esas ventanas iluminadas se ha desatado una tragedia, qué ha sucedido, cuánta sangre ha salpicado las paredes.


Cuando la policía llegó al piso que les habían indicado, les abrió la puerta una chica pálida apenas capaz de reaccionar, que más con gestos que con palabras les indicaba dónde tenían que ir. Cuando inmediatamente apareció el enfermero de la ambulancia, ella repitió automáticamente el mismo gesto señalando con su dedo el pasillo y al fondo el cuarto de baño. Al detenerse frente a la puerta observaron el suelo encharcado de sangre y agua y, al fondo un cuerpo inerte tendido en la bañera. El enfermero se abrió paso rápidamente y se acercó sólo para certificar la muerte. Los agentes le ordenaron entonces salir y precintaron el baño hasta la llegada del forense.

Cuando regresaron al salón, Marina seguía igual a como la dejaron, de pie, con las manos sujetas y la mirada perdida. Sin decir nada, ni expresar ninguna emoción. Uno de los agentes, más habituado al trato humano, la sujetó por los hombros, la sentó en una silla y le preguntó cómo se encontraba antes de comenzar con las preguntas de rigor.

- ¿Conoce usted a la mujer que se encuentra en el baño?

- Sí, es Aurora Pimentel, mi jefa.

Marina continuó contestando como una autómata a todas las preguntas. Le contó cómo se había pasado el día intentando localizar a Aurora sin resultado. Necesitaba su firma para un contrato que no podía esperar más, así que decidió ir a buscarla a su casa.
Después de varios intentos con el timbre, se atrevió a utilizar su llave. Quería dejar los papeles para que Aurora los viera al volver a casa, pero al entrar vio una botella de vino y dos copas en la mesa del salón, por lo que pensó que Aurora estaría con su novio en el dormitorio. Iba salir tan sigilosamente como había entrado cuando vio la luz al fondo del pasillo. Sólo entonces se dio cuenta de que no había ninguna otra luz encendida en la casa, que no se oía ni el más mínimo ruido. Sin llegar a pensar en nada en concreto, Marina se sintió intranquila y avanzó lentamente por el pasillo, atenta a cualquier sonido, elaborando mentalmente la explicación que tendría que darle a Aurora en cuanto la pillara fisgando en su casa. Sin embargo, cuanto más avanzaba, se iba colando en su cabeza la sensación de que algo iba mal.

Cuando llego a la puerta del baño fue registrando poco a poco lo que veía, incapaz de asociar ninguna emoción. Aurora estaba tendida en la bañera, la cabeza recostada en el borde como si estuviera tomando tranquilamente un baño. El pelo mojado, hacía atrás, la expresión serena, sus ojos cerrados, pero sus labios morados. Uno de los brazos de Aurora caía a un costado de la bañera, y de él goteaba un hilo de sangre que se había extendido por todo el suelo del baño.

Marina no gritó, no corrió hacia Aurora, no lloró. Enlazo sus manos sobre su regazo y dio media vuelta. Dirigió sus pasos hacia el salón, hasta el teléfono, llamó al 112 y mecánicamente avisó de lo que ocurría. Mientras esperaba a la policía, se sentó en una esquina del sofá, sin apoyarse siquiera, como si no quisiera dejar ni el más mínimo rastro de su presencia allí. En aquél rato podría haber pensado en lo que acababa de ocurrir, pero su mente estaba muy lejos de aquel piso.

Sólo cuando vio el reflejo de las luces al otro lado de la ventana se atrevió a contener una tímida sonrisa.

lunes

¿Loca yo?

Eres un poquito hija de puta ¿no? Me decía mientras clavaba su pupila en mi pupila azul.

La gente maneja muy mal sus expectativas. Cuando mi mejor amiga Pilar comenzó a salir con Alberto, alto, guapo, simpático, forradísimo, debió aparcar por un momento su entusiasmo, recogerse las bragas y pensar que aquello no podía durar para siempre. Los Albertos altos y guapos de este mundo no están hechos para quedárselos en propiedad, sino para disfrutarlos en usufructo hasta que llegue otra más lagarta que tú y te lo quite para disfrutar su correspondiente turno. Lo sabemos todas, es ley de vida: si quieres algo para siempre, tendrá que ser feo y soso, pero un Alberto moreno y musculado es patrimonio de la humanidad.

Pero mi mejor amiga Pilar es un poco inocente, algo ingenua y bastante gilipollas. Fue conocerle y ya pensaba en boda. Y eso a él le agobiaba. Alberto no se lo decía, claro, e incluso le seguía el juego hablando de niños y una casa con jardín, pero yo sabía que no estaba por la labor. Lo supe incluso antes de acostarme con él. Y es que aunque ella no se daba cuenta, hacían mala pareja. Eso se nota.

Ya lo dice mi mejor amiga Mariángeles: una pareja que no sabe combinar estilos no puede durar, es a lo que nos obliga la sociedad y los anuncios de Becks y Posh. Y mi mejor amiga Pilar y Alberto no pegaban para nada. Él tan perfecto, tan profident, tan Hugo Boss, tan SolManía... y ella tan rebajas de Cortefiel. Imposible. Cualquiera podía verlo. Que yo la quiero muchísimo y nunca haría nada que la disgustara, pero no sabe ni combinar unos zapatos y un bolso como es debido.

Yo en cambio, que soy como una princesa disney, con mi cintura de barbie, mis ojos azules, mi melena dorada, con mi puntito Paulina Rubio pero sin la voz del Padrino, que sólo pongo cuando fumo o hago de mujer fatal. Yo sí pegaba con Alberto.

Él no lo supo ver al principio, pero es que los hombres no siempre saben lo que quieren. Para hacerle comprender que yo era la chica que merecía tuve que poner sobre la mesa todos mis encantos y una botella entera de tequila y uno o dos barbitúricos. A la mañana siguiente el fingía que no se acordaba de nada porque sabía que eso le daba un toque de locura a nuestra primera vez. Yo también fingí que él había estado estupendo aunque en realidad estaba un poco inconsciente. Es lo que tiene el amor.

Ése fue el principio de lo nuestro. Él no quiso decirle nada a mi mejor amiga Pilar y yo lo entendí porque una relación a escondidas siempre tiene mucho más morbo. También por eso él hacía como que me rechazaba y evitaba quedarse a solas conmigo y bajaba la vista porque en el fondo no podía resistir la sensualidad de mis miradas. Recuerdo que durante una cena no paré de rozar mis pies con los suyos y él, tan travieso, no paraba de dar saltos y cambiarse de silla para que no le pillara.

Al final Alberto se lo contó todo a mi mejor amiga Pilar y ella, os lo creáis o no, tuvo el descaro de ofenderse. A lo que yo le replique Chica, si no sabes jugar no saques el tablero. Que ella no entendió porque no le gustan los juegos de mesa, y yo tampoco lo entendí pero me pareció una salida muy graciosa.

En realidad Alberto fue muy generoso porque en lugar de confesarle que se había enamorado perdidamente de mí, por no hacer daño a Pilar le dijo que era yo la que le acosaba, que le metía mano por los pasillos y que le había violado ¿os lo imagináis? Hay que ser muy tonta para creérselo, pero ya digo que mi mejor amiga Pilar es gilipollas, y se lo tragó y me llamó de todo. A mí no me importó porque yo tengo el corazón muy grande y sé que los hombres son unos cobardes así que di la cara por los dos. Además mi mejor amiga Pilar es la menos mejor amiga de mis mejores amigas.

Aún así, en mi inmensa generosidad le di la oportunidad de reconciliarse conmigo. Fui a su casa, que compartía con Alberto, y le dije que no se preocupara, que no pensaba echarla inmediatamente, que podría tomarse el tiempo que quisiera en recoger sus cosas, y que mientras ella estuviera en la casa yo procuraría gritar lo menos posible al follar con él, porque yo también tengo sentimientos y no quería que ella lo pasara mal.

Hija de puta, me llamó, y luego me dijo que estaba loca. Yo. ¿Qué os parece? Como si una tía tan encantadora pudiera estar loca.

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