lunes

¿Oyes el mar?

El sol intenso curtía su piel. Sentía las gotas de sudor resbalando sobre su pecho. Con los ojos aún cerrados, la claridad se filtraba a través de sus párpados. “¿Oyes el mar?” Así le despertaba, susurrándole al oído, cada vez que se quedaba dormido sobre la arena. Y pasaban cada día embruteciéndose al sol, bronceando sus esculturales cuerpos, y cuando no dormían nadaban desnudos en el océano, y al despertar de la siesta saboreaban la sal en la piel del otro y hacían el amor mirando al mar.

El verano parecía interminable, como si se hubiera detenido el tiempo en un cálido mes de agosto, y lo que había pasado antes no importaba y tampoco había un después.
“¿Oyes el mar?” le decía, y sentía su aliento fresco junto a su oído y se excitaba incluso antes de sentir esa mano acariciando su vientre.

Las noches se llenaban de estrellas nunca vistas y las copas se llenaban de vino. Parecía que no había nadie más en el mundo aparte de ellos dos. El único ruido que se oía era el murmullo de las olas y el susurro de sus voces que se habían hecho parte del paisaje de aquella isla del fin del mundo. “¿Oyes el mar?” decían, y a la segunda botella de vino ya sólo oían sus propios gemidos.

Y así pasaban los días de aquel mes de agosto, como si en realidad no pasaran. No había calendario ni reloj en aquel rincón del mundo y lo único que marcaba el tiempo era la marea.

¿Oyes el mar?

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