domingo

cada tarde

Abrir la cafetera, ponerle agua, llenar el filtro con café, cerrar a presión, poner sobre el fuego de la cocina. Realizaba cada movimiento mecánicamente, como cada tarde, bostezando aún tras una breve siesta. Como siempre, ella se despertaba antes, se levantaba, le daba un beso y le dejaba dormir unos minutos más hasta que volvía para despertarle con el olor del café recién hecho.

Mientras se hacía el café y él dormía, ella preparaba cuidadosamente la bandejita, la de todas las tardes, con dos tacitas y sus correspondientes platos y cucharillas, el azucarero, las medicinas de la tarde y un par de galletitas para endulzar el paladar. Cada gesto era una rutina y, entretanto, pensaba en las tareas pendientes: Lavar, tender la ropa, hoy tocaba también limpiar los cristales del salón. A las seis volvería el médico para comprobar como seguía él. Le pediría más recetas y pasaría por la farmacia a comprar suficientes medicinas para la semana. Luego volvería a prepararle la cena.

Cuando la cafetera empezaba a silbar ella se desperezaba y llenaba ambas tazas con la misma medida exacta de café. En la suya añadía leche desnatada y tibia, como siempre. En la de él, un largo chorro de leche entera y caliente y un buen chorro de veneno para insectos, lo justo para que no se apreciara el sabor.

Luego, amorosamente, como cada tarde, lo llevaba todo hasta la cama, le despertaba suavemente y le tendía la bandeja.
- Ése no, cariño, que tiene leche desnatada. Éste es el tuyo.
Y bebían el café con lentos sorbitos, sin apenas hablar y acurrucados en la cama, como la pareja feliz que eran.
- ¿Cómo te encuentras hoy?
Y así se despertaban de la siesta cada tarde, desde que ella decidió acabar con él, lentamente.

1 comentario:

  1. Y yo podría contar este alguna vez, con tu permiso, claro...me encanta...

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